lunes, 13 de abril de 2009

Di-ver-si-dad



Hace algunos meses Ricardo Salazar, columnista y jefe de la mesa de cierre de Público-Milenio, escribió en su columna semanal, Salivita, sobre la necesidad de un diputado gay. En lo personal, no tengo certeza respecto a que un diputado gay, por el hecho de serlo, pueda garantizar la inclusión de políticas públicas en la agenda nacional, o que esto entrañe su desempeño eficiente en el cargo.
Por otra parte, resulta revelador que en las elecciones donde contendían Andrés Manuel López Obrador y Felipe Calderón, la mayoría de los gays a quienes pregunté sobre por quién votarían, respondían que por Calderón, el candidato que —ahora en calidad de presidente—, asistió a un congreso mundial de la familia (católica) para legitimar el modelo nuclear: papá, mamá e hijos. Y no digo con ello que López Obrador fuera la alternativa para cuestiones de diversidad (obviamente no lo es), pero los argumentos que usaban contra él eran de un clasismo obsceno: “AMLO nos dejará un país de nacos”, “Nos va volver pobres”. Como si Guadalajara fuera Suiza…
Entonces, si la población gay está tan empeñada en distinguirse unos de otros, ya sea por cuestiones socioeconómicas, de estilo o tribu de moda, me pregunto si se sentirán identificados o incluidos en las políticas que un diputado gay proponga.
En su columna, Salazar habló que los partidos están desestimando alrededor de 700 mil a un millón cuatrocientos mil sufragios (población de diversidad sexual estimada por Salazar) ¿esta población estará de acuerdo en otorgar igualdad de derechos para transexuales? ¿respaldarán el matrimonio homosexual sólo por el hecho de ser homosexuales? ¿estarán de acuerdo con la adopción por parte de una pareja homosexual? Lo dudo.
Sin ser pesimista, un lazo central que de manera tangible une a toda la diversidad, es justamente el distinguirse del “otro”, o mejor dicho: discriminarlo. Basta visitar la página de relaciones Man-Hunt, para conocer un poco el aspecto discursivo de la diversidad. Algunas frases que pueden leerse en un alto porcentaje de los perfiles son: “no obvios”, “no gordos”, “no feos”, “no viejos”, etc. Y ésta es la población diversa a quien el diputado gay se dirigirá. En las páginas de ligue es común leer: “busco similares”, nadie estamos dispuestos a convivir con la otredad, nos da pánico. Los “otros”: los obvios, las vestidas, los sin carrera, los pobres, los gordos y los viejos son esos indocumentados en la tierra virtual de los jóvenes, bellos, los GB por partida doble (Gente Bien y Gym Boy).
¿De qué manera pueden armarse políticas para un sector tan atomizado y profundamente despolitizado?
Para ilustrar el desinterés de la población diversa sexualmente, basta pensar el caso de Alondra, la transgénero a quien el DIF le secuestró a su hija de crianza; salvo algún partido y un colectivo, nadie más ha dicho pío, ni siquiera se ha vuelto un tema entre los homosexuales, para quienes sus prioridades son otras, totalmente distintas. Es decir, nadie hemos hecho propia la causa de Alondra, que dicho sea de paso no es una cuestión que atañe sólo a los homosexuales, sino que pertenece al ámbito de los derechos humanos en general.
La política de los homosexuales tapatíos, que son los que medianamente conozco, es la política del estilo. Es decir, la que se ocupa sólo de cuestiones cosméticas, absorta en la forma, pero indolente con el fondo. Aquí a muy pocos importa Alondra, la inseguridad, la discriminación o los crímenes por homofobia, ya no digamos la propia homofobia internalizada.
No lo se, pero quizá más que un diputado gay, o a la par de un diputado gay, hace mucha falta la discusión política sobre las leyes que atañen al tema. Cultura política, pues. Porque finalmente en México las leyes son accesorias, de poco o nada sirven, no existe un contexto social en el cual puedan llevarse a cabo de manera eficaz; por ejemplo, con el reciente tema del amparo contra ley sobre el aborto, para la mala suerte de los miopes que quieren prohibir la legalización del aborto, su triste amparo no impedirá que este continúe practicándose, sólo que en las peores condiciones. De la misma forma, una ley contra la homofobia, poco incidirá en las estructuras mentales de familias que la fomentan como el único recurso para construir la masculinidad de sus hijos. Ya me imagino a un niño de tercero de primaria, gay, diciéndole a sus compañeros: “no me digan puto porque es delito, hay una ley que lo prohíbe”. También puedo ver claramente las carcajadas de sus compañeros y hasta, discretas, las de sus maestros. Con todo y leyes.

1 comentario:

Unknown dijo...

Me gustaron bastante tus artículos, son poquitos pero de excelente calidad.